Por: Camilo Díaz
El pasado jueves el Dane reveló que el crecimiento del PIB para todo 2017 fue de tan solo 1,8%, muy por debajo del potencial de crecimiento de la economía que es del 3,5% y por debajo de las estimaciones del gobierno que lo situaban en 2%. Muy importante mencionar que la cifra del 1,8% se alcanzó porque el Dane revisó al alza las cifras de crecimiento del primer, segundo, y tercer trimestre. El primero pasó de crecer 1,3% a 1,5%; el segundo trimestre pasó de una expansión del 1,2% a 1,7% en la cifra revisada, lo que significó un crecimiento de 41% adicional; y el tercer trimestre del 2% al 2,2%; de no ser por las cifras revisadas al alza, en especial la del segundo trimestre, el crecimiento anual habría sido de un pobrísimo 1,5%, en línea con lo que esperábamos varios analistas.
Más allá de la discusión sobre la revisión de las cifras, el crecimiento de 1,8% reveló varias cosas. La primera y más importante, que la industria sigue fuertemente afectada y su desempeño no depende únicamente de la tasa de cambio. En ausencia de una política de desarrollo productivo se contrajo 0,6% si se cuenta la refinación, sin ella, el totazo habría sido de una contracción del 1,9% en la producción. Suficiente para aceptar que hay recesión industrial.
Segunda, que la desaceleración de la economía se prolongó durante todo 2017 y el efecto del IVA al 19% no es transitorio, sino que tiene un efecto permanente en la demanda. Tercera, que los planes de estímulo PIPE I y II más Colombia Repunta no cumplieron su objetivo, este último pretendía lograr un crecimiento del 2% para 2017. Cuarta, la economía mantiene una alta dependencia del petróleo con bajos o altos precios, si no fuera porque los precios del Brent subieron desde el segundo semestre el desempeño del PIB habría sido menor.
Los resultados de la oferta por rama de actividad dejan ver que sectores que con dólar por encima de $2.600 contribuían al crecimiento industrial ahora se han deteriorado, el sector textil disminuyó su producción 8,3%, cuero y calzado cayó 4,1%, la fabricación de equipo de transporte bajó 8,7% y el sector metalmecánico se contrajo 10,4%. Lo anterior muestra que la competitividad de la industria no depende solo del tipo de cambio.
En cambio de buscar la diversificación productiva los esfuerzos para apuntalar la economía se dirigieron a la construcción pensando que por esa ruta se reemplazaría lo que dejó de aportar el petróleo, sin embargo, la realidad muestra que la construcción también cayó y cerró el año con una caída del 0,7% a pesar de los ingentes recursos destinados a los subsidios de vivienda, VIS y de clase media. Las obras civiles tampoco impulsaron el crecimiento como consecuencia del coletazo de Odebrecht que hizo que la banca frenara su participación en la financiación de las 4G hasta que el Estado no le pagará lo comprometido en la Ruta del Sol II.
Es momento para que se tomen acciones que busquen la recuperación de la industria, ya existe un Conpes de Política de Desarrollo Productivo, sin embargo, está corto en definir qué se va a hacer para que la industria vuelva a ser un motor en la economía. Lograrlo dependerá de la voluntad política del siguiente Gobierno para que acepte que la industria atraviesa una profunda recesión desde hace más de un año, y que la única manera de hacer que el crecimiento no se esfume cuando los precios del petróleo caen, es diversificar la producción nacional y las exportaciones, apoyando a la industria.
Tener un sector industrial sólido tiene la ventaja de permitir una mejor absorción de los choques externos, porque los precios de los productos manufacturados son menos volátiles que el de las materias primas como el petróleo, carbón u oro. Así mismo el empleo industrial es mejor calificado, remunera mejor a los empleados y su vocación es de largo plazo, en contraste con los empleos generados en el sector constructor donde predomina la mano de obra no calificada, tiene mayor informalidad, y su duración es temporal mientras se ejecuta la construcción de los proyectos.
Tomado de: Dinero